VIAJE A LUNA LLENA
Esto no es ninguna guía turística ni un típico artículo sobre viajes lleno de nombres, de sugerencias sobre los sitios que tienes que conocer, visitar. Las recomendaciones y los consejos: que te dicen lo que es imprescindible para ver en cada lugar, donde te insisten dónde hay que ir, qué ver, cómo disfrutar. Esto es una nota, un apunte, una huella que nos queda en lo más recóndito de un corazón después de una experiencia vivida. La esencia de cada lugar, el abanico de los recuerdos.. Un recordatorio, una sensación inolvidable que guardamos hasta que la memoria olvide los nombres y los detalles. Cuánto más interesante que seguir visitando las ciudades y los pueblos con un mapa en la mano y recorrer los mismos trayectos que te proponen en la oficina de turismo, es perderse y estar abiertos a recibir lo que cada sitio nos ofrece. Qué placer es descubrirlo, sorprendiéndose, asombrándose y disfrutando de verdad. Asomarse a los sitios menos visitados, revelar los rincones desconocidos, escondidos dentro de las metrópolis que viven del turismo. Al salir de nuestra rutina diaria y en el camino de Oviedo a Lugo, nuestro cielo poco a poco se despejaba, dándonos la bienvienida con un sol acogedor que acariciaba nuestras pieles sedientas del calor durante nuestro almuerzo. Sentados en una de las terrazas en el casco antiguo de Lugo – rodeado de una murralla potente de pizzara, bien conservada - nuestras caras expuestas a los rayos del sol y a la brisa cálida y nutritiva; nos acordaba el primer día de la primavera. Las setas exquisitas, las empanadas de bonito tan típicas de Galicia y el aroma del vino originario de estas tierras - el Albariño. Ya he tenido antes dos oportunidades de conocer Lugo y por fin llegó este momento cuando lo conseguí. Más vale tarde que nunca... – pensé. La tasa de la contaminación social que sufre tanta gente es exagerada. Es muy difícil olvidar todos los mecanismos que nos inculcan a nosotros todos los días, desconectarse de la única verdadera y válida realidad en la cual nos mandan creer – y todo eso, apenas en el transcurso de un par de días: ¡Imposible! Empezar a respirar profundamente disfrutando de cada soplo del viento. Poder percibir el mundo con todos los sentidos, cerrar los ojos quedando con una vista maravillada por lo que acabas de ver. Como esta puesta del sol en una de las playas en Vigo. Tan irrepetible y especial. Ya he visto tantas pero nunca parecida a ésta... ¡Qué sensación volver a la costa de las Rías Baixas! Los sonidos de las gaviotas, el recuerdo del verano. Qué maravilla ver las mismas calles a través de la mirada de otra persona que es para ti tan especial. Enamorarse del lugar viéndolo con sus ojos. Compartiendo los sitios mágicos, que hechizan con su belleza y humildad. La playa del Museo del Mar... Tan pequeña, pero quién sabe de cuántas personas es confidente y cuántas historias guarda en su cajón. Una de ellas me ha contado... Siempre repetía que no me gusta volver atrás, pero, últimamente, me di cuenta que es algo increíble - otra vez encontrarse en los mismos sitios recondando los tiempos pasados... ...la misma plaza de mis recuerdos, con un ambiente particular, la gente que me recordaba a mí misma, concentrada en las escaleras de... disfrutanto de su compañía... entonces no había parado, pasé por allí imperceptible... unos meses después... nosotros sentados en las escaleras del Concatedral de Santa María de Vigo... disfrutando de nuestra COMPAÑÍA, tomando un tinto de verano y escuchando la música de calle... ...reencontrando con la gente que ha dejado un gran cariño en tu corazón.. Sobran las palabras.. ¡Gracias a ellos por su existencia! Portugal. Nuestros primeros pasos en esta tierra los dirigimos a Viana do Castelo, donde desayunamos en un lugar impresionante, en una terraza desde la cual admiramos la vista a toda la costa del norte de Portugal con el pueblo en el fondo y el Templo Monumento del Sagrado Corazón de Jesús en Santa Lucía, en el primer plano. Deleitarse con este paisaje tomando un cafe caliente con unas tostadas con aceite / marmelada es un verdadero privilegio que tenemos la suerte de vivir. Nos encanta acercarnos a la cultura de cada lugar. Eso es viajar de verdad. VIVIR de verdad. Los sonidos hemos grabado, los vídeos hemos filmado, las imágenes hemos guardado en las tarjetas de memoria de nuestras cámaras... pero los olores y los sabores no se pueden guardar de ninguna manera. Lo recordamos en el lugar y en el momento menos esperado. Los sentidos relacionan las sensaciones que habían conocido antes – en los lugares y durante los tiempos lejanos y aparentamente olvidados. Por lo tanto, no pudimos desaprovechar la ocación y no probar, entre todos, las francesinhas – una especie de sándwich típico de la cocina lusa, cuya variedad más conocida es la de Oporto. Oporto... una ciudad que no se puede comparar con ninguna otra. Nos regala una puesta de sol extraordinaria y los primeros rayos del sol al día siguiente, que bañan todos los edificios erigidos a lo largo del río Duero, que separa Oporto de Vila Nova de Gaia; dos orillas que juntan varios puentes, y uno más reconocido que los otros – un gran protagonista de todas las postales de Oporto – el Puente Don Luis I. Los barcos anclados en el puerto, las cabinas de teléfono, el tranvía, los azulejos tan visibles en todos los lados del norte de Portugal. El comienzo de primavera marca nuestro viaje, animándonos con la frescura del aire, con el canto de los pájaros, con el sol recién espabilado acompañándonos durante los desayunos (independientemente, si estamos en el salón luminoso en Vigo, si en la gran terraza de la Pousada de Viana do Castelo o en la madrugada en Oporto donde pruebo por primera vez uno de los dulces más típicos de Portugal – el pastel de nata (para no decir “de Belém”, cuyo nombre está registrado por la pastelería Casa Pastéis de Belém en Lisboa)). Éstas son las cosas que crean la esencia de cada sitio, convirtiéndola en el protagonista de nuestros recuerdos sobre cada lugar. Y éstos, son las cosas con las cuales contamos nosotros cada vez que emprendemos un viaje. Joanna Wójcik | ¿Dónde está la esencia de un lugar? ¿Se puede desligar del sujeto que la experimenta? ¿Es algo inmutable, permanente y duradero en un lugar? Quizá sólo la filosofía pueda entrar en estos terrenos, no obstante, me atrevo a decir que al viajar a aquellos lugares en los que uno ya ha estado, se da cuenta de que no existe una única esencia inherente a un lugar, o bien, dicho de otro modo, existe una esencia casi dogmática del lugar que se entiende relacionada con la imagen que ciertas entidades promocionales quieren dar al visitante, al turista. Pero, ¿qué sucede cuando uno es viajero y no turista? Sucede que el viajero no puede hablar de esencia sino de esencias. Tantas como veces vuelva a un lugar, tantas como redescubra y experimente un sitio, un paisaje, una ciudad… Como sucede con el buen cine, cuando uno tiene la capacidad de retornar a un lugar de nuevo, empieza a advertir nuevos matices, nuevas experiencias, momentos jamás antes vividos… y donde la capacidad de abrir la mente a esas nuevas experiencias, sin olvidar cierta pizca de fortuna y la magia del momento, hace que se pueda disfrutar, por ejemplo, de un sublime atardecer a la orilla del mar, en el que el Sol se va acurrucando suavemente entre dos de las islas Cíes; en un momento cuya esencia te transporta y conecta con un mundo experiencial donde las palabras pierden ya todo su valor y sentido. También uno capta la nueva esencia en un lugar ya conocido, cuando compartiendo una copa de sangría, sobre el suelo de una plaza en una primavera recién llegada, unas notas musicales callejeras acarician nuestro oído y nos regalan un sutil concierto que revolotea sobre nosotros entre cantos de pájaros y tímidas conversaciones de tinte urbanita. O la nueva esencia de redescubrir de nuevo una ciudad como Oporto, tras pasar la noche a orillas del Duero y despertarse cuando el tímido calor, de un sol recién engalanado, acaricia suavemente tu piel; dándote así la oportunidad de contemplar cómo la ciudad se revela bajo la primera luz del día, bañando dócilmente el perfil urbano y su puente de Luiz I, o que bien podría llamarse, en ese momento, “el puente de la Luz”. Iniciando una peregrinación silenciosa por las empinadas calles y escaleras de Vila Nova de Gaia y Oporto, a esa hora tan temprana en la mañana, uno aprecia el privilegio del momento; en el que toda la ciudad está en silencio, aún dormida, sin turistas, sin habitantes, sin movimiento… y, poco a poco, somos testigos del despertar progresivo y lento de una ciudad en el día de la fiesta de Jueves Santo, quizá un día que hace configurar la esencia particular de este despertar tan perezoso y suave para la ciudad. De nuevo, nos encontramos en un momento que no pertenece al mundo de lo oral, de las palabras… sino al mundo de lo experiencial, de lo esencial, de momentos de conexión cómplice con quien te acompaña, la cual, cuando comparte tu misma alma y vibra en tu misma frecuencia, hace que el rastreo de detalles en el universo del paisaje urbano, se complemente de una forma cuasi danzada y orquestada por el poder de la mirada. Nelson Bardón Visita nuestro minidocumental de este viaje Disfruta con los sonidos en el camino Algunos de los fantásticos lugares y momentos Paradas en nuestra ruta |